domingo, 23 de octubre de 2011

Sin título

Y a esa inútil bola brillosa… inmóvil. Le llueven las letras. Le resbalan del cuerpo como gotas de agua después de la ducha. Gorda, pálida, fría, pero aún así dejando su rastro de valientes que intentan tocarla (los ingenuos no saben que a esa cosa nadie la alcanza y aunque lo hicieran, se congelan al acercarse).

Y las flores, tan comunes las pobres. Con esas se conforman los caballeros. Las ingenuas se esfuerzan atascándose de colores, de aromas y de formas para ser arrancadas por algún pasante. Y a veces hasta tiradas en el camino las dejan y ni quién las recoja. También las llenan de versos y de frases. Tienen mil canciones, a pesar de ser tan comunes y tan frágiles.

Y pobre de la que no sea hecha en molde, pobre de la que se esfuerce si llega a la vida de un caminante herido. Que no le van a tocar ni las sobras de un amor muerto por el dolor. A esas no se les dedica nada porque sirven para lo mismo pero diferente. Sin el dolor, al parecer, el amor no sabe tanto. Es un caldo frío.

Eso dicen los andantes de la vida. O eso digo yo que dicen. O eso dicen que digo que dicen.

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