domingo, 19 de septiembre de 2010

La máquina que lo sabe todo

Siempre he querido tener una máquina que lo supiera todo. Que pudiera darme listas infinitas de datos inútiles pero interesantes y que pudiera señalar lo que yo le indicara. En repetidas ocasiones he soñado despierta con dicha máquina (con repetidas ocasiones me refiero a una vez al día). Y es que me intriga tanto poder saber las cosas que la gente no me quiere decir y conocer los oscuros secretos que guardan.

Un ejemplo para que me entiendan: Me encuentro caminando sola, con mi mochila en el hombro y el viento moviendo mi despeinado cabello, hay mucha gente a mi alrededor pero no conozco a nadie. Bajo unas empinadas escaleras y llego a la cafetería escolar. Tomo asiento igual de sola como llegué con una cara de aburrimiento y cansancio intenso. Veo a mi alrededor y siguen siendo caras desconocidas, excepto por las personas que atienden los negocios. Comienzo a divagar sobre las vidas secretas de todas esas personas que no conozco. Es entonces cuando me doy cuenta "¡Que tonta! si tengo mi máquina que lo sabe todo, ella me dirá lo que quiera saber de esta gente". La enciendo y le pregunto "Muéstrame a todas las personas que han llorado hoy". Inmediatamente las personas que lloraron ese día comienzan a emanar un aura brillante mientras realizan sus actividades y yo observo desde mi asiento.

Mi gusto por conocer los secretos oscuros de la gente debe tener algún origen psicológico, algún trauma de la infancia. Todo en mí proviene de mis traumas de la infancia. Pero ¿qué será tan atractivo de los secretos ajenos? tal vez el misterio, tal vez el simple hecho de que soy entrometida o algo más... una necesidad patológica de entender que todos tenemos secretos, que todos somos imperfectos y que todos hacemos las mismas cosas a puerta cerrada.

En pocas palabras me gustaría tener una máquina que me asegurara que en cuestión de cosas secretas o extrañas que hago... no estoy sola.